Esto supuso un cambio para los presentes, les llenó de alegría y les hizo ponerse en marcha y anunciar la Buena Noticia de que Jesús había resucitado. Además, este hecho transformó sus vidas, y les animó a vivir tal y como Jesús les había enseñado.
El Espíritu Santo es una fuerza motora, que nos acompaña y nos cambia, que nos ayuda a seguir adelante y nos permite proclamar el Evangelio. Su presencia en nuestra vida hace que el mensaje de Jesús siga presente y llegue a cada rincón y a cada persona.
Él, fue el que iluminó a María Ana a cumplir su vocación y comenzar un nuevo camino: educar con “amor de madre”. El sigue presente en nuestro día a día, en nuestros colegios, y hace que la labor evangelizadora de nuestros centros continúe, permitiendo que cada alumno y cada alumna conozca el Amor que Dios nos tiene.